Hay una ley no escrita en el manual universal del viajero: si hay agua termal y la promesa de no hacer absolutamente nada más que relajarse hasta parecer una pasa, hay que ir. Los balnearios, esos oasis donde el estrés se diluye como azúcar en té caliente, tienen el don de convertir incluso al turista más hiperactivo en un devoto del dolce far niente.

Pero no todos los balnearios son iguales. Algunos se presentan con la teatralidad de volcanes humeantes; otros, con playas tan brillantes que uno juraría que las pulen por la noche. A continuación, un recorrido por destinos que no solo prometen baños termales o playas divinas, sino que además ofrecen la excusa perfecta para perder la noción del tiempo… y quizá de la realidad.

Ischia, Italia – Donde hasta las piedras toman el sol

Esta pequeña isla en el golfo de Nápoles ha logrado lo impensable: eclipsar momentáneamente a su vecina Capri, que lleva décadas pavoneándose en las portadas de revistas. Ischia es un cráter flotante con más fuentes termales que semáforos, y una historia que incluye romanos, emperadores calvos y barros que, según dicen, pueden rejuvenecer hasta al Coliseo.

El balneario de Negombo, por ejemplo, parece un parque temático acuático para adultos exhaustos, con piscinas que van desde «ligeramente tibia» hasta «estás literalmente cocinando». Y lo mejor: todo rodeado de limoneros, acantilados y ese tipo de encanto italiano que hace que uno quiera cambiar su nombre por Giuseppe.

Reykjanes, Islandia – Spa geotermal en tierra de dragones invisibles

En un país donde el hielo compite con el fuego y las ovejas superan en número a los humanos, se encuentra la Laguna Azul, un balneario que parece diseñado por extraterrestres con buen gusto.

Situado en un campo de lava y alimentado por aguas subterráneas calentadas por la tierra misma, este lugar combina dos cosas que raramente coinciden: relajación absoluta y la sospecha permanente de estar en un episodio de Game of Thrones.

La sílice blanquecina que flota en el agua promete milagros dermatológicos, aunque también deja el cabello con una textura que podría usarse para lavar vajilla. Una experiencia que, aunque peculiar, nadie en su sano juicio se debería perder.

Blue Lagoon

Bali, Indonesia – Donde el alma se despereza entre flores y vapor

Si la palabra “exótico” tuviera una capital, sin duda estaría en Bali, preferiblemente entre una terraza de arroz y un templo con monos. Aquí, los balnearios no se limitan a piscinas termales: son experiencias sensoriales que incluyen masajes con aceites que huelen a jardín botánico, baños florales dignos de Instagram, y un nivel de serenidad que haría sonrojar a un monje tibetano.

Las aguas termales de Toya Devasya, a orillas del lago Batur, ofrecen vistas al volcán, con el aroma de azufre en el aire y la sensación persistente de estar flotando en una postal.

Santorini, Grecia – El blanco, el azul y el arte de no moverse

Pocos lugares en el planeta dominan el arte de la postal como Santorini. Esta isla, que parece diseñada por un arquitecto minimalista con problemas de obsesión por el color blanco, también esconde sus propias maravillas termales.

Las aguas calientes de Palea Kameni, accesibles solo por barco, emergen entre rocas volcánicas con el entusiasmo de un jacuzzi natural. Sumergirse en estas aguas de tonos cobrizos es una experiencia a medio camino entre un tratamiento de spa y un ritual ancestral.

Todo mientras los acantilados miran en silencio, probablemente preguntándose por qué los humanos necesitamos tantos selfies.

Palea Kameni

Madeira, Portugal – Donde los balnearios se aferran a los acantilados

Madeira, a menudo confundida con un lugar inventado por escritores de fantasía, es real. Muy real. Y sus balnearios, colgados entre montañas y mar, parecen desafiantes ante las leyes de la gravedad.

Las piscinas naturales de Porto Moniz, talladas en la roca volcánica, ofrecen una alternativa absolutamente preferible a las piscinas de hotel: aquí el agua es del Atlántico, fría pero cristalina, y la vista viene con olas que se estrellan teatralmente contra los bordes.

Añádase una copa de vino de Madeira y ya está: la perfección se ha alcanzado.

Porto Moniz

Hay algo profundamente civilizado en la idea de viajar miles de kilómetros para meterse en una piscina caliente. Y si esa piscina está en una isla con vistas imposibles y bebidas con sombrillitas, mejor. Los balnearios no solo ofrecen descanso: ofrecen contexto. Hacen que el cuerpo se detenga lo suficiente como para que la mente tome notas. Y en un mundo que insiste en ir rápido, detenerse a burbujear puede ser el acto más revolucionario del viaje.

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