Han pasado muchos años, tantos que no puedo asegurar a ciencia cierta qué motivo me hizo convertirme en un seguidor acérrimo de San Antonio Spurs. Creo recordar que tiene que ver con un videojuego, un primigenio NBA Live de EA Sports, probablemente de los años 1994/95. Fue David Robinson mi primer ídolo spur, un jugador modélico dentro y fuera de la cancha, siempre ligado a la vida militar pese a estar considerado como un jugador algo blando cuando llegaban los playoffs, circunstancia que le había impedido ganar un sólo anillo. No sé cómo, en unos años en los que internet estaba en pañales, me enteré de la existencia de un jugador muy prometedor que aún jugaba en la universidad, llamado Tim Duncan. Y tal vez mi memoria me falle, pero juraría haber visto a Duncan jugar en Wake Forest antes de dar el salto a la liga profesional, puede que por aquel entonces se emitiera la final four universitaria en televisión. El caso es que Tim Duncan ya me llamó la atención antes de ser elegido por los Spurs en 1997, y cuando dicha elección se produjo, algo me decía que ese ala-pívot se iba a convertir en mi jugador favorito.
El resto es HISTORIA, tal cual, en las más grandes mayúsculas imaginables. Desde sus primeras temporadas, año a año, título a título (con o sin asterisco), Duncan fue forjando una carrera intachable en un deporte que con el tiempo se iba transformando en una batalla de atletas superpoderosos que nacían y morían ante la mirada impertérrita del 21 de San Antonio. Siempre en silencio, siempre bajo el radar, Duncan, y por extensión San Antonio, se convirtió en un verdadero asesino silencioso, siempre acechante, siempre amenazante, siempre presente. Batiendo récords temporada tras temporada, su conexión especial con sus escuderos Tony Parker y Manu Ginóbili constituyó el más exitoso trío que jamás pisó una pista de baloncesto. Y en una unión tan improbable como casi mística con Gregg Popovich, jugador y entrenador dibujaron el baloncesto en sus extremos, variando desde la mentalidad más defensiva hasta la más perfecta concepción de circulación del balón, logrando alcanzar el beautiful game que asombró a todos los aficionados en 2014.
Aunque he seguido toda su carrera, han sido los últimos 5-6 años los más intensos de mi pasión por este jugador y este equipo. Puedo afirmar que apenas me habré perdido un 1% de todos los partidos de San Antonio desde 2010. Y he sido testigo de un Tim Duncan que, pese a la edad y los achaques físicos, renacía una y otra vez y lograba mantener al equipo siempre entre los aspirantes al título. Lograr eso durante 19 años no está al alcance de cualquiera. Si hay algo que recordaremos siempre los seguidores de la franquicia texana será la secuencia de acontecimientos que tuvo lugar durante las temporadas 2013 y 2014. Nunca una canasta causó tan tremenda amargura y pesadumbre como el increíble triple de Ray Allen en el sexto partido de las finales de 2013, que cambió el signo de la serie y le escamoteó a Duncan y los Spurs un anillo que tenían en la mano. Pero el destino quiso que un año después se repitiera enfrentamiento en las finales de 2014 y, como en una película perfecta, San Antonio arrolló a Miami con el baloncesto más precioso que se recuerda. Tal vez ese debió ser el final de cuento de hadas en la carrera de Timmy, pero el 21 disfrutaba del juego y decidió regalarnos 2 años más de su presencia.
Hace apenas 24 horas que Duncan anunció su retirada, y las muestras de respeto inundan las redes sociales y las páginas de prensa deportiva. La mayoría de mensajes repiten el consabido título de «mejor 4 de la historia». Pero yo voy a ir un poco más allá, y daré las razones por las que considero a Duncan el mejor jugador de todos los tiempos. Michael Jordan, Larry Bird, Magic Johnson son los nombres que siempre acuden cuando se hacen rankings de los mejores de siempre. Para mí, Jordan estuvo por encima de todos. No voy a negar la excelencia de ninguno de ellos, pero hay algo que no aparece en las estadísticas y que, en mi opinión, eleva a Duncan al olimpo del basket. Jordan, Bird, Johnson y, si quieren, Bryant, siempre tuvieron un auténtico equipazo a su alrededor. Ellos fueron la referencia en sus equipos, pero tenían a su lado compañeros capaces de marcar la diferencia ante la ausencia de su líder. Duncan también, pero en un grado mucho menor. Salvo Parker y Ginóbili, San Antonio siempre se ha caracterizado por formar jugadores de segunda línea y convertirlos en especialistas al servicio del equipo. Todos, incluso Duncan, trabajaban para el conjunto. Mientras que Jordan ganaba partidos, Duncan hacía que su equipo los ganara. Mientras que los Bulls o los Lakers tenían una pléyade de superestrellas, Tim Duncan convertía a jugadores mediocres en auténticos gladiadores. Eso no aparecerá en ninguna estadística, pero si lo pensamos fríamente, esa inaudita capacidad de hacer mejores a sus compañeros es la verdadera clave del éxito.
Sea como sea, todos coincidirán en que se ha ido uno de los más grandes. Como hizo durante toda su carrera, se despide humildemente, sin estridencias, lejos de los focos. Yo, como el resto, sólo puedo agradecerle, señor Duncan, el haberme proporcionado tanto placer viéndole lanzar contra tablero, subir el balón como si fuera un base, hacer su zona inexpugnable o abrazar a un rival tras un partido. Todo en la vida acaba, pero se va a hacer muy extraño ver su ausencia. Le echaré de menos.