Respira, frena y camina. Que no marquen el camino por ti. Tu vida es tu autopista y no puedes dejar que otros decidan a qué velocidad quieres moverte.

Vivimos en una sociedad que está marcada por plazos. Cualquier cosa en la que puedas pensar tiene uno: exámenes, revisiones del coche, chequeos de salud o el momento de darles comida a tus mascotas son algunos ejemplos. Y esto no es malo, como humanos hemos creado un instrumento que ha sido imprescindible para cohesionarnos como grupo: el tiempo, sin el cual no podríamos convivir tal y como lo hacemos.

Sin embargo, observo todos los días como a los jóvenes se les exige tomar decisiones a unas edades y con unos márgenes de tiempo que no son sanos, pero sobre todo, que no son efectivos. Hemos creado un sistema educativo en el que si un niño se sale del esquema se le considera un fracaso. Con tres años tenemos que entrar en el colegio, en el cual estaremos hasta sexto de primaria, momento en el que daremos el salto al instituto. Si todo va según el mundo quiere, acabarás el Bachillerato en seis años después y entrarás a la Universidad para aprender una carrera de prestigio.

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Este es el mapa mental que introducimos a la fuerza a los jóvenes. Pero, ¿está esto bien? Haciéndolo lo único que conseguimos es que aquel que pone un pie fuera se sienta fracasado. Tenemos un sistema que nos dice que si repites curso un año ya no vales para nada; que la Formación Profesional está bien, pero que los que de verdad valen llegan a la Universidad; clasificamos los itinerarios en el instituto de mejor a peor, y dejamos siempre para el último el de Artes, cuando probablemente es el que requiera una inteligencia totalmente distinta a los demás.

Entonces, la pregunta es: ¿Por qué tenemos que intentar destruir lo diferente y tratar de crear un mundo en el que todos seamos iguales?

¡Maldita sea! No somos iguales, nadie lo es, y por lo tanto no podemos pensar en nosotros como si fuésemos un rebaño de ovejas. Un gran número de los suspensos que se dan en los colegios e institutos tienen su origen en unos profesores insulsos que no son capaces de transmitir nada a sus alumnos, profesores que ni si quiera disfrutan dando clase pero que se dedican a amargar la existencia a grupos de treinta niños que no pueden hacer nada más que aguantarse. ¿Por qué la Universidad es tan buena? ¿Es que acaso te asegura encontrar un futuro mejor que si optas por otras vías? ¿Te asegura siquiera un futuro? No entiendo la manía que se ha instaurado en nuestras mentes de que si no tienes un título que acredite que tienes conocimiento sobre una cosa es que no sabes. ¡Vaya tontería! Con esto no quiero decir que las universidades sean lugares que no sirven para nada —yo mismo recibo clases en una—, pero la experiencia me ha dejado claro que salvo dos o tres profesores contados no nos encontramos ante un lugar diferente del instituto, solo que somos más viejos y podemos elegir qué estudiar. Pero al final es lo mismo, lugares en los que los profesores no motivan o que detestan su trabajo en muchos de sus casos, por lo que acaba siendo una tarea autodidacta del alumno el aprender y el ilusionarse.

Muchas veces oímos la expresión «perder un año». ¿Qué es eso? ¿Tomarse un año sabático entre instituto y Universidad es perder el tiempo? A pesar de que en nuestro país esto es casi una ofensa contra el sistema y tus padres el esperar un año antes de elegir la carrera, pero en muchos otros estados es algo normal que los alumnos se tomen el tiempo que necesiten para poder descubrir qué es lo que realmente quieren hacer, en el que viajan, aprenden idiomas y crecen como personas. Cambiarse de carrera tampoco es perder el tiempo. Lo importante es que descubras qué te motiva y que vayas a por ello en cuanto lo sepas, da igual el tiempo que necesites. Pero cuando descubras qué no te gusta no sigas ahí.

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Para terminar me gustaría hacer una crítica a nuestro sistema educativo. Vivimos en un país en el que los cursos académicos están construidos para «fabricar» a una serie de jóvenes mediocres que no destacan en nada. En un instituto al que sabe más se le hace ir al ritmo de los que saben menos, y esto es un error. No quiero decir que el que sepa menos deba quedarse atrás, ni mucho menos, en numerosas ocasiones ese que saca peores notas es el que más se está esforzando ante la dificultad que le supone una asignatura, pero esto tampoco justifica que si alguien destaca en algo y se le ve que vale no debamos potenciarlo para no «discriminar el resto de la clase». Si alguien vale le tenemos que convertir en el mejor que exista en su terreno, no perderle por el camino.

Respira, frena y camina. Construye tú tu camino.

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