¿Te ha pasado que un electrodoméstico, un teléfono o incluso una bombilla se estropea muy poco después de que acabe el periodo de garantía? ¿Alguna vez has llevado un aparato relativamente nuevo a reparar y te han dicho lo de “no merece la pena, que para lo que te costaría la reparación te sale más a cuenta uno nuevo”. No eres, ni por asomo, el único, ni tampoco suele ser casualidad. Detrás de este fenómeno habitualmente está la llamada “obsolescencia programada”, una práctica que ha generado mucha controversia, sobre todo en los últimos años.
La obsolescencia programada es una estrategia utilizada por muchos fabricantes para limitar deliberadamente la vida útil de un producto. Pasado ese tiempo, calculado previamente, el producto empezará a fallar, pierde su funcionalidad o quedará obsoleto, obligando al consumidor a sustituirlo por uno nuevo ya que la reparación de los productos afectados por esta práctica generalmente resulta muchísimo más costosa que la adquisición de uno nuevo.
Al contrario de lo que nos pudiera parecer, el concepto de la obsolescencia programada no es nada nuevo. Empezó a surgir en los años 20 del siglo pasado en la industria automovilística, cuando el presidente de General Motors, Alfred P. Sloan, tuvo una idea para competir con Ford, que en aquel momento estaba triunfando con su famoso modelo Ford T. Mientras Ford se centraba en ir mejorando progresivamente el modelo para atraer a nuevos clientes, Sloan decidió hacer algo diferente para que los propietarios de coches GM cambiaran de vehículo, aunque el suyo todavía funcionara bien. ¿Su estrategia? Crear en ellos una «insatisfacción» con sus coches actuales al compararlos con las versiones más nuevas (algo parecido a lo que ocurre hoy en día con productos cómo los teléfonos inteligentes). Y así nació uno de los primeros ejemplos de obsolescencia programada aunque esa variante no se centrara en la baja durabilidad del producto.
Otro ejemplo de la obsolescencia programada temprana se remonta al famoso Cártel Phoebus, un acuerdo firmado el 23 de diciembre de 1924 en Ginebra por grandes fabricantes de bombillas como Osram, Philips y General Electric. ¿El plan? Controlar la producción y venta de bombillas, pero con un giro: decidieron reducir su vida útil. Si las bombillas de Edison en 1879 podían durar hasta 2,500 horas, después del acuerdo su duración se limitó a 1,000 horas, excusándose ante diversas acusaciones recibidas, diciendo que a partir de ese periodo de tiempo disminuía la eficiencia y aumentaba el derroche de energía. Curiosamente casi 100 años después, esta sigue siendo la duración promedio de las bombillas actuales. ¡Todo un negocio redondo para ellos!
La obsolescencia programada adopta diferentes formas según el producto y la estrategia de las empresas, es decir, hay distintas formas. Posiblemente no siempre lo notemos a la primera, pero cada una de estas variantes influye tanto en la duración de los productos, como en nuestro comportamiento como consumidores. La obsolescencia programada está diseñada para que sigamos renovando teléfonos o cambiando aparatos electrónicos que aún funcionan a la perfección, simplemente porque acaba de salir un nuevo modelo con un diseño más atractivo y que nos promete más o mejores funcionalidades. A continuación te explicamos algunas de las formas más habituales de este fenómeno que en el fondo no es más que una estrategia de ventas.
Obsolescencia funcional: Este tipo de obsolescencia probablemente sea el más obvio a la vez que el primero que se nos viene a la mente cuando pensamos en la obsolescencia programada. Se habla de obsolescencia funcional cuando un producto deja funcionar correctamente después de un tiempo relativamente corto (habitualmente esto suele ocurrir poco después de que expire la garantía del fabricante). No, no es casualidad, ocurre porque en la fase de diseño se programa cuidadosamente la vida útil del producto para que deje de funcionar después de un determinado número de usos y utilizando materiales menos duraderos para fabricarlo. Un buen ejemplo para este tipo de obsolescencia podrían ser por ejemplo una impresoras que al cabo de hacer 2000 copias o bien después de 3 años deja de funcionar.
Obsolescencia por incompatibilidad: Se conoce por este tipo de obsolescencia, la que se da cuando aparece un nuevo modelo mejorado del producto o tecnología, que deja la versión anterior fuera de juego al quedar desfasada, dejando de ser compatible con los sistemas más recientes. Es el pan nuestro de cada día sobre todo en el área de la electrónica y un buen ejemplo serían los teléfonos inteligentes que están desarrollados con sistemas operativos que implementan nuevas funcionalidades con cada nueva versión. Esto tiene como resultado que el dispositivo “obsoleto” al actualizar su sistema operativo no es capaz de funcionar como antes, con lo que el consumidor empieza a experimentar problemas con su teléfono que empieza a ser notablemente más lento que antes.
La obsolescencia de diseño o psicológica juega directamente con nuestras percepción y deseos influyendo en lo que sentimos por los productos que ya tenemos. Es una estrategia que no afecta tanto la funcionalidad en sí del objeto, si no nuestra relación con él. De repente, algo que funcionaba perfectamente nos parece viejo o simplemente pasado de moda porque han sacado una nueva versión con características más atractivas. Uno de los ejemplos más visibles de este tipo de obsolescencia, lo encontramos en el mundo de la moda. Las grandes marcas sacan nuevas colecciones a un ritmo frenético y las tendencias ya no llegan a durar siquiera una temporada completa. A raíz de esta estrategia nos podemos sentir fácilmente presionados para seguir comprando y renovando nuestro armario constantemente, aunque las prendas que tenemos estén en perfecto estado.
Además de estos tres tipos principales de obsolescencia programada existen otros que, habitualmente suelen ir de la mano de alguno de los anteriores, como por ejemplo la obsolescencia forzada o indirecta en la que el fabricante deja de producir piezas de recambio para poder reparar el producto, con lo que éste queda inservible o la obsolescencia ecológica en la que se justifica el abandono de un producto en perfecto estado por otro que se promociona como más eficiente o más respetuoso con el medio ambiente. Incluso las baterías irreemplazables que ya encontramos la mayoría de teléfonos y otros aparatos electrónicos son otra forma de obsolescencia programada. Cuando estos componentes van sufriendo desgaste, habitualmente no pueden ser reemplazados por el usuario al no poderse extraer la pieza más que por un servicio técnico, esto a su vez eleva el coste de una posible reparación hasta tal punto que sale más barato comprar un dispositivo nuevo.
¿Debería preocuparnos la obsolescencia programada?
Claro, podríamos simplemente resignarnos y aceptar que hoy en día las cosas no están hechas para durar. Pero, aunque permita mantener una industria estable asegurando la disponibilidad de una oferta ante la demanda, la obsolescencia programada tiene consecuencias más allá de hacernos gastar más dinero.
Impacto ambiental: Cada vez que tiramos un teléfono, una licuadora o una impresora, esos desechos electrónicos terminan acumulándose en algún lugar del planeta. Y no es un problema menor. Muchos de estos aparatos contienen materiales tóxicos que contaminan el suelo y el agua. Nuestros hábitos de consumo afectan directa- e indirectamente al medio ambiente más de lo que imaginamos.
Impacto en nuestras finanzas: Vernos forzados a comprar cosas nuevas con tanta frecuencia no solo es agotador, también es caro.
Impacto en nuestra percepción de calidad: Con tanta rapidez en el ciclo de consumo, hemos perdido la costumbre de valorar los productos que duran. Hemos llegado a un punto en el que ya directamente no pensamos siquiera en, sino en reemplazar. ¿Se ha roto el microondas? Se compra uno nuevo. ¿El sofá está desgastado? Hora de cambiarlo.
¿Qué podemos hacer?
Si bien no está en nuestra mano a corto plazo detener la maquinaria global que alimenta la obsolescencia programada, sí hay pequeños gestos de los que podemos hacer gala como consumidores para, en la medida de lo posible, contrarrestarla:
Comprar con consciencia: Siempre que te sea posible intenta apostar por productos de marcas que se comprometan con la durabilidad y la reparación. Investiga antes de comprar. Hay empresas que están liderando el camino con diseños sostenibles.
Reparar antes de reemplazar: Está claro que esta opción no siempre depende de nosotros y que en la mayoría de los casos, reparar por ejemplo un electrodoméstico, cuesta prácticamente lo mismo que comprar uno nuevo. Pero siempre que podamos, deberíamos de investigar y valorar esa opción.
Adoptar el minimalismo tecnológico: ¿Realmente necesitas cambiar tu teléfono cada año? ¿Esa última actualización de software de verdad te es imprescindible? A veces, menos puede ser más.
No aceptar la obsolescencia programada como algo inamovible: La presión pública también puede marcar una diferencia. Francia, por ejemplo, ya ha empezado a legislar para fomentar el derecho a reparar y combatir la obsolescencia programada y hay iniciativas al respecto también en Austria. Informarte y apoyar iniciativas al respecto puede ser un primer un paso que ayude a cambiar las reglas del juego.
En conclusión, la obsolescencia programada es un tema complejo con implicaciones sociales, económicas y medioambientales, que nos ha acostumbrado a un ciclo de consumo rápido y desechable. Pero también empieza a haber un creciente movimiento de consumidores, diseñadores e incluso legisladores para empezar a frenar esa práctica tan arraigada. A fin de cuentas, como consumidores tenemos no poco poder para cambiar las cosas eligiendo productos duraderos y exigiendo a las empresas que adopten prácticas más sostenibles. Así que, la próxima vez que se te rompa algo, antes de tirarlo, pregúntate. “¿De verdad no tiene arreglo?”
Nacida en el norte de Europa aunque he pasado la mayor parte de mi vida en España, optimista y «buenrollista» que ama la vida y sus pequeños placeres. Apasionada que disfruta de la familia, los animales y la naturaleza y por supuesto de escribir siempre bajo mi enfoque personal