Hola a todos. Soy José Luis, anodino oficinista de día y excéntrico cinéfilo de noche. Obtuve mis poderes tras visionar 2001, una odisea del espacio, y ahora les saco partido en un sitio llamado Dentro del Monolito. Juro por Kubrick que lo daré todo por Genblog mientras HAL9000 me lo permita. Y ahora, al lío.
Pocas veces asistimos a una explosión triunfal como la que disfrutó M. Night Shyamalan (1970, Pondicherry, India) con El sexto sentido (The Sixth Sense, 1999). Pese a haber dirigido previamente dos películas que pasaron sin pena ni gloria, podemos considerar «El sexto sentido» como su auténtico debut, ya que el presupuesto le permitió hacer lo que realmente le gustaba. El novedoso tratamiento del director hacia una clásica historia de fantasmas cautivó por igual a crítica y público y le convirtió en una celebridad al tiempo que era etiquetado como «el nuevo Spielberg». Con un ritmo calmado poco habitual para la época, la construcción de una atmósfera enrarecida se convertía en la gran baza de una película que revolucionó el género valiéndose del boca a boca y de uno de los giros finales más famosos de la historia del cine.
Su siguiente paso no estuvo exento de riesgo, al llevar a la pantalla con su particular estilo un género en apariencia tan poco adecuado como el de los superhéroes. Adelantándose a Christopher Nolan, Shyamalan nos presenta al auténtico héroe oscuro, atenazado por problemas cotidianos mientras intenta comprender y aceptar su nueva condición. Con El protegido (Unbreakable, 2000), Shyamalan comienza a bordear peligrosamente el ridículo por el brutal contraste entre el fondo y la forma, aunque aquí lo resuelve con maestría. De nuevo Bruce Willis era el protagonista absoluto, y curiosamente Shyamalan logró cambiar totalmente el registro del actor al convertirle en un antihéroe anodino y lento, todo lo contrario de lo que era el John McClane de la saga Die Hard. Confieso que no he vuelto a verla desde su estreno, pero el recuerdo que tengo de ella la convierte a mi modo de ver en lo mejor de su filmografía.
Con su empeño por redibujar el imaginario colectivo del cine fantástico, y tras dar su particular versión de fantasmas y superhombres, era el turno de los extraterrestres. Señales (Signs, 2002) no se apartaba del camino marcado por sus anteriores films, pero al tono crepuscular ya típico del director se le añadían bastantes momentos de humor negro que le daban a la película una atmósfera más respirable. Pese a no estar tan bien considerada como sus precedentes, es una de mis favoritas del director. Sin embargo, he de reconocer que aquí los detractores de Shyamalan llevaban razón en una cosa: su irritante tendencia a sobreexplicarlo todo en el desenlace.
Ese defecto le pasó factura en El bosque (The Village, 2004), donde ese afán por explicar cada detalle era casi una desconsideración con el público. Además, la película también sufrió una campaña publicitaria totalmente engañosa en la que se nos vendía como un film de terror cuando realmente se trataba de un drama con todas las letras. En realidad, «El bosque» no está tan mal, y la dirección de Shyamalan sigue siendo impecable en casi todos sus aspectos, pero los defectos empezaban a pesar tanto como las virtudes.
Si nos ponemos pedantes, podríamos decir que en la anterior tetralogía de películas Shyamalan dejaba traslucir una cierta visión de la soledad o alienación del ser humano, personificadas en el personaje principal en las tres primeras y en el conjunto de la comunidad en «El bosque». Nada de esto asoma en La joven del agua (Lady in the Water, 2006), extraña fábula donde una especie de ninfa aparecía en una piscina comunitaria para cambiar la vida de un grupo de vecinos. Si la premisa ya era demasiado exótica, el afán del director por dotar a sus películas de un tono denso y trascendental arruinaba totalmente la función. Sé que «La joven del agua» tiene sus defensores, pero supongo que la única manera de que una trama tan delirante funcione medianamente bien sería en clave de comedia. Pese a las notas de humor, el tono de la película sigue siendo crepuscular y, en conjunto, el resultado final es tan absurdo como irrisorio. Para rematar, el batacazo comercial fue morrocotudo.
Pese a empezar a tener problemas para encontrar financiación, Shyamalan siguió inasequible al desaliento. Para intentar lavar su imagen, su siguiente proyecto sería una especia de retorno a sus raíces. El incidente (The Happening, 2008) buscaba volver a impactar con algo tan incontrolable como la naturaleza, pero alejándose de las típicas películas catastrofistas repletas de efectos digitales. Sin embargo, más allá de un prólogo interesante, la trama derivaba hacia terrenos tan abstractos como poco creíbles y la película hacía aguas sin remedio. Poco quedaba ya del brío y la seguridad de la que hacían gala sus primeras producciones. Definitivamente, parecía que Shyamalan había perdido el rumbo.
Pero como suele decirse, las cosas empeoran antes de mejorar. Poco puedo decir objetivamente sobre Airbender, el último guerrero (The Last Airbender, 2010) y After Earth (2013) ya que no las he visto. Pero por lo que conozco, se trata de dos películas puramente alimenticias en las que el director queda totalmente supeditado a las órdenes de los productores. Ni siquiera la presencia de un actor tan rentable como Will Smith salvó a Shyamalan del naufragio más absoluto, y estas dos cintas de nuevo vapuleadas por la crítica supusieron la cruz en la tumba del director.
Sin duda, a veces es necesario tocar fondo para volver a tomar impulso. En pleno 2015, acaba de llegar a nuestras carteleras la nueva película del director hindú: La visita (The Visit). Y, aunque da un poco de miedo decirlo muy alto por lo que pueda venir, podemos asegurar que M. Night Shyamalan está de vuelta. Sin ser una obra maestra, «La visita» supone un refrescante retorno del director al cine de terror. Abrazando sus señas de identidad, Shyamalan logra construir una atmósfera que funciona perfectamente, acompañada por una trama absorbente y un desenlace con el que se atreve a ir un paso más allá para impactar como antaño. Además de introducir muchos momentos de humor que alivian la tensión, también nos demuestra que se puede hacer una película de cámara en mano sin que la ésta tenga que temblar convulsamente en los momentos más tensos. La dirección vuelve a ser sobresaliente, consiguiendo unos encuadres que nos recuerdan sus mejores momentos. Como decía antes, parece que Shyamalan ha vuelto y espero que sea para quedarse.
Como buen prestidigitador, M. Night Shyamalan ha vuelto a sacarse un conejo de la chistera. Puede que el truco sea antiguo, pero el mérito no es pequeño, ya que hace bastante tiempo que este mago perdió su chistera.