Tener éxito no significa estar exento de problemas, sino ser capaz de superar las dificultades sin rendirse.

Lo primero que genera un diagnóstico de cáncer es miedo. La palabra, en sí misma, tiene dramáticas connotaciones emocionales grabadas a fuego en nuestra sociedad. Y eso hace que se genere, en el primer momento, un ambiente de temor que se extiende al entorno próximo (familia, amigos…).

Es usual, también, que, simultáneamente, la persona comience a percibir como una parte de su mundo de relaciones más externo (conocidos, vecinos…) tiende a rechazarla o tratarla de manera especial (los contactos se enfrían), mientras que su entorno más próximo (familia, amigos íntimos…) tiende a sobreprotegerla. Es así que, al miedo propio, se añaden cambios en su mundo de relaciones (alejamiento y sobreprotección) que enfatizan la percepción de que algo grave está ocurriendo en su vida.

Este es el primer aspecto que debe ser acometido, cuanto antes, para un tratamiento exitoso de la enfermedad. No hay que olvidar que el miedo induce cambios fisiológicos importantes. Entre otros, la degradación del funcionamiento del sistema inmunitario y una peor metabolización celular. Con ello se pierden factores esenciales para contrarrestar la enfermedad y se generan, a la contra, condiciones fisiológicas que van a reducir la respuesta auto-curativa del cuerpo.

Hay que tener en cuenta que esta situación de miedo inicial, que resulta del todo natural tras la comunicación de la noticia, puede dar paso, si no se ataja, a un estado de ansiedad que acompaña a la persona, de manera permanente, durante todo el tiempo de tratamiento e incluso más allá. La reversión de esta situación es el primer aspecto a acometer tras el diagnóstico, junto con la recuperación, dentro de lo posible, de la normalización en la actividad  vital.

A la hora de adoptar estrategias que nos permiten actuar sobre el miedo, es necesario (como en todo) adaptarse a las características propias de cada uno. Habrá  quienes encuentren en la relajación o en el yoga una excelente herramienta para generar una actitud positiva y tranquilizadora, y otros, para los que, sin embargo, estas técnicas les resultarán ineficaces. Es, por ello, que resulta imprescindible basarse en las características personales de cada uno para elegir las mejores estrategias de actuación.

Existen, no obstante, algunas guías de actuación generales, que van a funcionar bien en la mayoría de los casos. Como ejemplo de actividades curativas a incorporar en nuestra vida diaria  se pueden considerar algunas de las siguientes:

  • Practicar algún tipo de relajación o actividad relajante físico-mental: puede ser relajación guiada, ejercicio físico moderado, Tai-Chi, Yoga, paseos por el campo, jardinería,  o cualquier actividad que a la persona le relaje. La elección está en función de los gustos y posibilidades de cada uno. Este tipo de actividades resultan útiles para calmar la mente y distraer la atención de los pensamientos amenazantes. Aprender a controlar la ansiedad mental provocada por el miedo a la enfermedad, nos dará mayor seguridad y confianza.
  • Aprender a respirar de manera adecuada: el aprendizaje y la utilización de técnicas de respiración proporciona recursos sencillos para, por ejemplo, atajar picos de ansiedad, mejorar el estado físico, calmar la mente, etc. Es de destacar el poco o nulo interés que suscita, en Occidente, el manejo de la respiración de forma adecuada, cuando se podría disminuir la intensidad de un número importante de sintomatologías mediante el uso de técnicas de respiración adecuadas (un ejemplo muy claro es la fisioterapia respiratoria en el caso de procesos pulmonares obstructivos como el enfisema o la EPOC).
  • Proponerse realizar actividades gratificantes que se hayan descartado por falta de tiempo o cualquier otra disculpa. Este es un momento propicio para recuperar las actividades placenteras que se han pospuesto, o iniciar aquellas otras que siempre hemos tenido en el portaequipajes a la espera del momento adecuado.

Otro aspecto esencial en el tratamiento del cáncer (y de muchas otras enfermedades graves) es la utilización de la dieta como elemento curativo de apoyo. Hay que tener en cuenta que las condiciones extracelulares en las que sobrevive la célula cancerígena son de naturaleza contraria a las que requiere la célula sana (de hecho, el cáncer puede considerarse como una estrategia de supervivencia celular). En términos generales, un pH ácido y un ambiente anaerobio favorecen la proliferación de células cancerígenas, mientras un pH alcalino y ambiente aerobio, esenciales para la supervivencia de las células sanas, actúan a la inversa, frenando la proliferación del cáncer.

En estas consideraciones se basan muchas de las terapias de apoyo para el tratamiento de tumores. Una de las más conocidas es la de la Dra. Budwig, bioquímica alemana nominada al Nobel en varias ocasiones. Sus tratamientos obtuvieron tasas de curación muy altas, incluyendo casos de enfermos terminales. Su dieta se centraba en la utilización de combinaciones de alimentos que generaban un incremento considerable de la oxigenación celular (crema Budwig), con apoyo de  ejercicio físico moderado.

Otro aspecto clave (quizás el más importante) para afrontar el cáncer con éxito, es el trabajo sobre las causas primarias que puedan haber favorecido la aparición de la enfermedad. A este respecto, debemos tener en cuenta la gran influencia que ejercen  los factores psicosociales (estrés mantenido, falta de seguridad económica, baja autoestima, experiencias traumatizantes no superadas, dificultades en las relaciones, sobre-exigencia, represión emocional habitual, sentimientos de soledad, etc.) en la generación de enfermedades graves y crónico-degenerativas. Hay múltiples estudios al respecto que avalan esta tesis (la psiconeuroinmunología, por ejemplo, ha puesto de manifiesto la influencia directa de las emociones sobre la respuesta fisiológica). Para un mayor detalle sobre este aspecto ver el post Comprendiendo la enfermedad

Hay múltiples maneras de enfocar este tipo de trabajo más personal (la participación activa del enfermo es fundamental para el éxito), aunque todas ellas tienen como factor común la realización de un proceso de auto-reflexión sobre el modo de vida y las condiciones de contorno que rodeaban a la persona antes de contraer la patología: cómo vivía, a qué dedicaba sus energías, situaciones conflictivas o traumáticas contemporáneas a la aparición de los síntomas, etc. En definitiva, se trata de tener un mapa de la situación vital de la persona lo más completo posible, identificando, a partir de él, los aspectos psico-emocionales que puedan haber tenido relación con la aparición de la enfermedad.

Finalmente, no se puede relativizar la aportación que otras terapias (además de la dietoterapia, ya indicada), pueden aportar para el tratamiento de la enfermedad. En el caso particular del cáncer, resulta muy apropiada la utilización de la técnica denominada Reiki como apoyo al tratamiento convencional a base de quimioterapia, cirugía y radioterapia. De hecho, es la única técnica alternativa que ha sido admitida en hospitales de todo el mundo (incluidos algunos españoles) para apoyar a pacientes oncológicos (a nivel hospitalario se han realizado experiencias similares en casos de trasplantes y clínicas del dolor con muy buenos resultados).

El Reiki va a trabajar en cuatro áreas fundamentales:

  • Mejoría generalizada del estado de ánimo, ayudando a combatir los factores generadores de ansiedad. Con ello se favorece el aspecto curativo psico-emocional.
  • Disminución de los efectos secundarios de la Quimio y Radioterapia, con lo que se mejora la calidad de vida del paciente durante el tratamiento, incidiendo en la normalización de las actividades y, por tanto, en la mejoría.
  • Actuación sobre el sistema inmunitario, mejorando la respuesta de las defensas del cuerpo.
  • Aceleración de la recuperación quirúrgica, disminuyendo los riesgos y apoyando los efectos terapéuticos de la cirugía.

A estos cuatro efectos positivos hay que unir la propia acción curativa del Reiki sobre el proceso oncológico, que se añade al de la terapia habitual.

Pero no es esta la única técnica útil como apoyo al tratamiento. La acupuntura, por ejemplo, proporcionará, también, potenciación del sistema inmunitario, disminución de los niveles de ansiedad y efectos curativos.

Son las propias preferencias y particularidades del paciente, una vez informado, las que determinan la elección de la terapia o terapias de apoyo que puedan ser utilizadas. Esto es aplicable a cualquier patología grave y no solo al cáncer.

Como resumen, se puede concluir que, ante una enfermedad de este tipo se puede (y conviene) actuar en cuatro frentes para, por un lado, contribuir en mucho a la remisión de la enfermedad, y, por otro, a evitar la recidiva, al mismo tiempo que se generan factores modificadores de conducta, que van a  ayudar a la persona a mejorar su calidad de vida y su nivel de felicidad personal, habiéndose aprovechado la experiencia para extraer de ella aspectos positivos y prácticos.

Estos serían, pues, los cuatro frentes simultáneos de acción (asociados a la terapia médica habitual):

  • Actuación sobre el miedo/pánico que genera el diagnóstico y los estados de ansiedad asociados.
  • Aplicación de una dieta alcalina como elemento clave de apoyo al tratamiento
  • Trabajo de desarrollo personal orientado a la búsqueda y solución de causas primarias
  • Utilización de terapias alternativas según el caso particular y las preferencias del paciente.

Por último conviene recordar que siempre existe la posibilidad de curación. Para ello es fundamental la participación activa de la persona en su proceso de tratamiento, comprometiéndose en una actitud sanadora que abarque todos los aspectos de la vida y que se oriente en la misma dirección que el tratamiento médico, apoyándolo y complementándolo.


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