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Sobre inmigración, barreras culturales y manipulación de masas

refugiados

Desde que el verano pasado saltaran las alarmas debido a la avalancha de refugiados intentando entrar en Europa, mucho se ha oído y muy contrapuesto.

Resulta sorprendente ver la rapidez con la que las opiniones han cambiado en Europa y se han transformado radicalmente en tan sólo unos meses.

Muchos de los que se horrorizaron y conmovieron cuando se hizo pública la foto de Aylan, el niño de tres años ahogado en las playas de Turquía, los mismos que escribieron peticiones y recaudaron cientos de miles de firmas para que los gobiernos nacionales se decidieran a acoger a más refugiados, los que incluso llegaron a ofrecer sus casas y condenaron la impasibilidad y el corazón de piedra de los políticos europeos, han cambiado ahora su discurso y critican que se hayan dejado pasar a tantas personas, exigen medidas drásticas como el cierre de las fronteras y circulan por internet sin remordimientos imágenes de humor negro que sólo empeoran el ánimo general.

Me parece increíble que se pueda pasar de un extremo al contrario con tanta facilidad.

inmigracionPor poner un ejemplo en el caso de Alemania, se pasó de una actitud general de acogida y solidaridad a una de miedo ante la gran recepción de refugiados en menos de tres meses. Ahora que el peligro y las malas condiciones del viaje de los que huyen de la guerra han pasado a un segundo plano en los medios, muchos temen que el miedo esté cobrando aún más fuerza y esté abriendo la caja de pandora que llevaba años cerrada y donde se encontraban aguardando los partidos radicales, antiinmigrantes y antiextranjeros de Alemania, que ahora empiezan a ganar adeptos y a cobrar una fuerza que todavía resulta familiar.

Y no critico la actitud de los gobiernos europeos, porque al fin y al cabo, también ellos se dejan llevar por el miedo a una posible represalia en las urnas. Y acaban queriendo contentar a una mayoría que realmente no sabe lo que quiere y que cambia de opinión como se cambia de moda, sin remordimientos, ni sin pensar en las consecuencias.

¿Os es que con las peticiones sólo se buscaba dar refugio a los niños bien vestidos y peinados, como Aylan y no a sus padres o su familia?



La capacidad – o incapacidad – de adaptación

Algunos argumentan que la culpa es de los refugiados, porque son incapaces de adaptarse al país y a la cultura que los acoge. Es la voz del que no se ha movido de su tierra, más que para pasar una semana como turista en algún país extranjero.

Un refugiado de guerra no es un inmigrante como otro cualquiera.

Los emigrantes salen de su casa con la ilusión de encontrar mejores condiciones, de empezar de nuevo en un país que puede ofrecerles más que el que dejan atrás. Sin embargo, los refugiados no deciden arriesgarse a cambiar inspirados por las ganas de ver mundo y el gusanillo de lo desconocido, sino que huyen de una realidad que les supera, abandonando sus hogares y trabajos, independientemente de lo bien o mal pagados que éstos estén. Vienen con las manos vacías y una vaga esperanza de encontrar la paz que han perdido.

Cuando yo decidí buscar trabajo en Alemania, estaba ilusionada por la aventura. Lo planifiqué con unos meses de antelación, ya chapurreaba el idioma y me apunté a un curso intensivo de alemán nada más llegar. A pesar de que ambos países tienen culturas similares en sus aspectos fundamentales, siempre existe un choque cultural, por pequeño que sea, que hace que te sientas diferente y extraño. Sin embargo, la ilusión y el saber que siempre podría volver a casa si me acababa desesperando y no encontraba ni trabajo ni amigos, lo hacían todo más fácil.

Los que huyen de la guerra, deciden jugárselo todo a una sola carta, sea cual sea de la baraja. Eligen entre la vida y la muerte, entre permanecer en la situación y el miedo conocidos y lanzarse a una miseria que seguramente sea mejor que lo que abandonan, aunque nadie se los pueda garantizar.

Evidentemente, buscan el país que mejor pueda tratarles y que más les haga olvidar que no tienen derecho a nada, porque sus derechos les han sido arrebatados al partir – en realidad, incluso antes de eso. Y después de días o semanas viajando en las peores condiciones, tras ser rechazados y tratados como mercancías, llegan a las puertas del paraíso prometido para encontrar que son personas non gratae.

Hace poco conocí a una trabajadora social que gestionaba una casa de acogida para refugiados en Friburgo. Intentaron preparar todo con apremio y cariño. Tenían espacio para 150 personas, pero el día de la apertura llegaron más de 250. Tuvieron que sustituir las camas por literas, juntar en cuartos minúsculos a familias con desconocidos, con apenas espacio para subir a las literas. Algunas mujeres estaban embarazadas y necesitaban atención médica, algunos estaban enfermos y no debían mezclarse con los demás. Muchos se quejaron porque habían sido derivados de otros hogares de acogida más espaciosos con la promesa de mejores condiciones.

Imagino cómo me habría sentido, si cuando hubiese llegado a Alemania, sin un piso ni un lugar donde alojarme, en lugar de haberme quedado en un albergue, me hubieran hacinado en una casa con personas de diferentes trasfondos culturales, edades o educación. ¿Habría sido capaz de tener la suficiente ilusión para apuntarme a un curso de alemán, para aprender el idioma y conseguir un trabajo, para querer mezclarme con la sociedad? No lo sé.

Sólo sé por experiencia propia, que los choques culturales existen y que son más complicados y delicados de lo que la gran mayoría de las personas imaginan. Que a partir de una cierta edad, puede que una persona ya no sea capaz de integrarse en absoluto y que sea necesaria más de una generación para poder superar el abismo que le separa de su país de acogida.




Y puedo entender que las personas se levantaran unánimes en verano para gritar que se acogiera a más refugiados, porque no podían ni querían seguir viendo más muertes en televisión. Y puedo entender que los políticos se echaran las manos a la cabeza y que no supieran cómo actuar. Y que tímidamente fueran cambiando las cuotas de acogida, no porque fuera o dejara de ser lo correcto, sino porque podía costarles la legislatura.

Lo que no puedo entender es que estas mismas personas, que obviaron las grandes barreras culturales y el cóctel que supondría mezclar a tantas personas de distintas procedencias y tan diferentes a nuestra cultura cuando los medios publicaron las fotos de Aylan, sean las mismas que ahora piden que los echen a gritos y que cierren las fronteras al ver las nuevas noticias.

¿Somos de verdad tan fácilmente manipulables?

¿Es que no nos queda ni un ápice de pensamiento crítico?

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