La gota es causada por la acumulación de urato monosódico, sal derivada del ácido úrico, en las articulaciones. El ácido úrico es un metabolito de desecho, que se genera por la degradación de las purinas que están presentes en las proteínas que se ingieren en la dieta.
Aunque este se desecha a través de la orina, si se produce en exceso o hay dificultades con su excreción y aumentan su concentración en el organismo se produce una enfermedad llamada hiperuricemia, que se conoce popularmente como gota.
La enfermedad de la abundancia
La primera referencia a la gota de la que se tiene noticias se remonta al 1500 a. C., relatadas en el llamado Papiro de Ebers. En este se describía el dolor e hinchazón del dedo gordo del pie, un claro síntoma de la gota. También Galeno (130- 200) la describió y, mucho después en el siglo XVII, el médico inglés Thomas Sydenham (1624-1689) la estudió en detalle.
Durante muchos años a la hiperuricemia se le llamó la «enfermedad de reyes» o “la enfermedad de la abundancia”, pues solo las personas acaudaladas tenían acceso en su dieta regular a grandes cantidades de carnes rojas, cuyo consumo interviene en la aparición de la enfermedad. Una de las figuras históricas que se conoce que la padecía era Carlos V. También Felipe II de España, que comía casi exclusivamente carne, padeció de esta enfermedad. Tal fue su impacto en él que lo postró por los últimos diez años de su vida, hasta el punto de perder la movilidad de su mano derecha y no poder firmar edictos.
Ya en el siglo XVIII el químico de origen sueco Carl Wilhelm Scheele aisló el ácido úrico y en 1797 el químico William Hyde Wollaston demostró que estaba presente en los tofos de un paciente con gota. En 1848, el médico Alfred Baring Garrod desarrolló un ensayo para diagnosticar el ácido úrico en sangre. Más tarde Hermann Emil Fischer demostró en 1898 que el ácido úrico se deriva del catabolismo de las purinas de los ácidos nucleicos, investigación por la que recibió el Premio Nobel de química en 1902.
Gracias al amplio acceso a los alimentos actual a una gran parte de la población, se calcula que 3 de cada 1000 personas padecen de hiperuricemia. De ellos, el 95% son hombres, lo que no depende solo de factores genéticos, sino sociales. Por lo general la hiperuricemia se detecta después de los 30 años, y solo el 10 al 20% de los casos tiene antecedentes familiares de gota.

Síntomas de la hiperuricemia
A concentraciones de ácido úrico superiores a los 6,7 mg/dl, este comienza a cristalizarse. Cuando los cristales de ácido úrico se alojan en las articulaciones, provocan inflamación y dolor. En los riñones, generan cálculos renales.
Los factores que la desencadenan son, principalmente, las comidas abundantes en carnes rojas y el consumo regular de alcohol. La gota también se asocia a las situaciones de estrés, el empleo de contrastes radiológicos iodados y los tratamiento prolongados con diuréticos tiazídicos, la toma de aspirina a dosis bajas, el empleo de teofilina y otras causas.
La gota no es una enfermedad aguda, sino que va apareciendo por etapas:
1. Aumenta la concentración en sangre del ácido úrico
Esta es una etapa previa a la aparición de los síntomas de la gota. El paciente no tiene molestias, y solo se detecta una alta concentración de ácido úrico cuando se realiza un análisis de laboratorio indicado por otras razones.
2. Etapa de gota aguda
El paciente siente un dolor agudo, usualmente ubicado en el dedo gordo del pie (podagra). Este dedo se inflama, al mismo tiempo que aparece una sensibilidad extrema al roce.
3. Fases entre ataques
Mientras avanza la enfermedad, las crisis agudas son más largas y frecuente, extendiéndose a las piernas. Es importante que el paciente, de tener indicado tratamiento, no lo abandone aunque no sienta dolor entre las fases.
4. Fase de gota crónica
Tras años de episodios de gota aguda, surgen acumulaciones de sales de ácido úrico en los codos, los dedos, las orejas y los tendones. Las crisis no cesan y aparecen deformaciones en las articulaciones producto de la degradación de los huesos. Los pacientes aquejados de gota pueden presentar también complicaciones en los riñones, como la litiasis úrica, las nefropatías agudas por ácido úrico y las nefropatía por urato.

Tratamiento de la gota
Si se realiza un diagnóstico temprano y se sigue un tratamiento adecuado, esta enfermedad se puede controlar y no tiene que llegar a su fase crónica. Los tratamientos incluyen medicamentos tales como los fármacos hipouricemiantes (alopurinol, febuxostat), la colchicina, los AINES, los glucocorticoides y uricosúricos (probenecid); siempre orientados por el médico.
Además de fármacos utilizados durante las crisis de gota, es importante que el enfermo sepa que esta es una enfermedad crónica que necesita ajustes en su estilo de vida. El cambio más importante se refiere a la dieta: el paciente con gota debe consumir menos e incluso eliminar alimentos que contengan ácido úrico, como las carnes rojas.
Se recomienda adoptar una alimentación mayormente vegetariana, con hortalizas, frutas e infusiones como principales integrantes de la dieta. Los huevos, azúcar y derivados y productos lácteos son también seguros para el paciente con hiperuricemia.
Pueden consumirse de forma moderada asados de pescados (evitar las anchoas, las sardinas, el arenque, la trucha y el salmón), aves de corral y conejo. También ha de controlarse la ingesta de espárragos, espinacas, hongos, legumbres y frutos secos.
El paciente con gota no debe consumir café, té, bebidas alcohólicas o refrescos a base de colas o carbonatados. También debe desterrar de su dieta las carnes bovinas y porcinas, las mayonesas, las sopas industriales, las vísceras y los embutidos.
La persona aquejada de gota debería beber no menos de tres litros de agua al día para normalizar su función renal. Otro cambio importante que se recomienda es realizar ejercicios físicos: estos mejoran la circulación hacia las articulaciones y regulan la presión arterial.

Escritor, poeta, editor, farmacéutico, guionista, bloguero… En esencia, un amante de las letras y la vida (no por ese orden, claro).