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¿Por qué fomentamos los juguetes rotos de telefactorías?

El otro día estaba preparando una entrevista a Furious Monkey House, un grupo que está constituido por chicos de un rango de edad que oscila entre los 11 y 13 años (comandados por su profesor de música). Mientras investigaba y redactaba preguntas, no dejaba de asomar la sombra de la incertidumbre, de la pena por mi parte porque acaben como otros tantos juguetes rotos, o proyectos de ello, que encontramos continuamente en la vida diaria.

Veréis, escucho mucha música, y entre toda la que me encuentro no puedo evitar encontrarme con jóvenes talentos (o pseudo-talentos) que siempre prometen atraer un halo de frescura al panorama comercial. O al menos, nuevo material para que adolescentes de toda la región re-decoren sus paredes.

Total, que uno se da cuenta que el panorama comercial siempre tira a la premeditación y a la alevosía. Si a principios de la década de los 2000 era un fenómeno de masas las boy-bands como Take That y Backstreet Boys, y por aquello de que la moda no es algo más que un sentimiento colectivo de tintes nietzscheanos, esto es, que está en constante movimiento formando una espiral que nos lleva a repetir lo mismo una y otra vez pero de distinta manera, la industria en cuanto vio claro el momento de repetir el fenómeno, no dudó en hacerlo.

Pero con una nueva estrategia: atrasar la edad de los integrantes para tenerlos más tiempo produciendo. Al fin y al cabo les estás haciendo un favor, van a estar más tiempo dedicándose a lo que les gusta, las criaturas. Agitamos la coctelera y nos sale la boy-band de esta década, One Direction, la que supo recoger toda esa beatlemanía y retroalimentarla con lo experimentado por los predecesores para hacer de este un fenómeno único.

Lo curioso es que en este último caso era una decisión del propio joven participar en esto. Quiero decir, son ellos los que dieron el paso adelante, siendo el “Mamá quiero ser artista” nada más que una mera información, un “no necesito tu permiso, pero te aviso para que no me esperes para cenar”.mic-1132528_640

El problema viene cuando el business se nos va de las manos y los padres quieren jugar a las multinacionales y a ser managers de sus hijos. El “Imagina ser padre de un artista”. El invitar a sus hijos a una vida de sobre-explotación de imagen. El intentarlo e intentarlo en distintas disciplinas y canales hasta salir por un flanco. El “¡pero si están luchando por sus sueños!” cuando en realidad están luchando por los sueños de un padre reprimido que ha inoculado esta necesidad en sus hijos.

Todo esto con el riesgo de llevar una fama que siente mal, el no saber aceptar una crítica. Porque, amigos, este es mundo cruel. El show business no entiende de edades, ni de sexos ni de procedencias. Si tu trabajo es una basura, no temas, que te lo dirán. Y ahí estarás tú, semblante serio, soportando estas críticas para las cuales no estabas preparado. No estabas avisado por otro lado. No te lo podías imaginar cuando estabas en un plató lleno de luces y lleno de risas.
Porque señores, esta nueva oleada de jóvenes que vienen a comerse el mundo está condenada a funcionar o a acabar convirtiéndose en un juguete roto. Un niño no imagina que su trabajo no pueda funcionar. No es comprensible para él, al igual que no es comprensible para mí que haya padres que sobre-expongan a sus hijos, dejando de lado unas prioridades básicas como puedan ser unos estudios o llevar una vida normal. Un recurso de emergencia por si todo acaba mal (como ha ocurrido, ocurre y ocurrirá por los restos) y no acaben como almas en pena vagando de un éxito que existió y del que ahora no queda más que un recuerdo vacuo. No fomentemos los juguetes rotos, por favor.

Porque, ¿alguien se acuerda de todos aquellos chavales productos de telefactorías que sacaron un tema simpático con el que medio llamaron la atención? ¿No? Entonces, ¿qué nos hace pensar que esta nueva oleada va a llevar un camino distinto? El objetivo de esta entrada no es otro que poner de manifiesto que cada uno puede aportar su granito de arena a la escena musical (de la cual me dedico a opinar), pero no podemos olvidar que esto es un mar de tiburones y hay que tener una salida de emergencia. Que no nos podemos llevar las manos a la cabeza solamente cuando un torero se hace una fotografía toreando a una vaquilla con su hija en brazos y echarnos a reír y pensar “qué simpáticos” cuando vemos programas que fundamentan su ser en explotar de manera temprana a niños que tampoco saben donde están. Pensad en esto, por favor.

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