El futuro llega en silencio, agazapado y acechando para instalarse en nuestras vidas casi sin que nos demos cuenta. Hoy, todo el mundo ve normal estar continuamente rodeado por pantallas electrónicas (televisores, ordenadores, móviles, tablets, ebooks, relojes inteligentes…), pero no hace tanto nuestra realidad era bien distinta. La transición del ocio «analógico» al digital se ha realizado de forma tan gradual como natural, por lo que a nadie le extraña ya ver en un vagón de metro a 10 personas con dispositivos digitales por cada una que lee un libro en papel.
Esto viene a colación porque últimamente me he percatado del escaso tiempo que dedico a ver la televisión, pasatiempo que no hace mucho monopolizaba mi entretenimiento. Tan sólo por la noche, mientras ceno, miro el final de algún concurso (sí, ceno muy pronto ¿pasa algo?) y el inicio de las noticias. Pero hace bastante tiempo que no veo una película, o incluso una serie, en los canales de televisión convencionales. Internet, ese monstruo gigantesco que no para de crecer, ha terminado ofreciendo alternativas para casi todos nuestros métodos de entretenimiento, y es por ello que la televisión puede estar afrontando sus últimos momentos de bonanza. La llegada de la TDT pareció devolver un poco de la gloria perdida a nuestras pantallas más grandes, pero los intereses de las cadenas por ofrecer canales temáticos terminaron por fragmentar mucho el contenido gratuito para centrar su oferta en las plataformas de pago. Aquel que se resiste a abonar mensualidades, se ve abocado a quedarse sin deporte, sin series y sin películas al tiempo que es continuamente bombardeado por publicidad sin límite.
El último clavo en la tumba de la televisión tradicional ha sido la irrupción de las plataformas de streaming. La llegada de Netflix ha hecho mucho ruido en los medios digitales, pese a que no es un producto estrictamente novedoso. De hecho, desde hace unos años servicios como Filmin, Wuaki o Yomvi pugnan por establecerse y hacerse con un pedazito de este nuevo pastel. Poco a poco se van popularizando y, a falta de que aparezcan otros competidores, creo que su modelo es el que se impondrá en los años venideros. Las ventajas de estos productos no son pocas, ya que para empezar nos dan el poder de decidir qué queremos ver y cuándo. Y es que poder ver una serie o una película cuando tú quieras, pausando la reproducción y continuándola en otro momento u otro día resulta una gozada por su extrema comodidad. Además podemos verlo todo en una televisión, en una tablet o en nuestro teléfono móvil. Y lo mejor es que la publicidad brilla por su ausencia y, si la hay, su presencia es mínima, con lo que podemos centrarnos totalmente en lo que estemos viendo. En definitiva, una mejora en todos los sentidos.
Pero hay algo que me da miedo. El éxito de estos servicios es tal, que están empezando a producir sus propias películas. Hace poco, Netflix ha estrenado en exclusiva dos películas, Beasts of no nation (drama protagonizado por Idris Elba) y The Ridiculous 6 (comedia al servicio de Adam Sandler), que perfectamente podían haberse estrenado en cines. Mucho me temo que el número de filmes que van a estrenarse en las pequeñas pantallas que tenemos al alcance de la mano va a crecer de modo exponencial, lo cual puede suponer un peligro real e inminente para las salas de cine. Y una cosa es que cambiemos la pantalla de televisión por la de nuestra tablet, pero la desaparición de las pantallas de cine me parecería algo infinitamente más grave. Espero que la industria encuentre una manera de hacer que ambos modelos coexistan, pero como dije antes el futuro se instaura en nuestro presente sin que apenas lo percibamos. Así que abramos los ojos y estemos atentos.