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El cómo y el porqué de la cronicidad

Las enfermedades crónicas se generan como consecuencia del malfuncionamiento irreversible de un órgano, aparato, función o sistema del cuerpo.  Y se identifican con procesos degenerativos de progresión, generalmente, lenta.

Los trastornos cardiovasculares (cardiopatía isquémica, insuficiencia cardíaca, enfermedad cerebro-vascular…), las neoplasias de lenta evolución sin posibilidad de tratamiento médico, algunas patologías respiratorias como el EPOC y el asma, los problemas osteo-articulares invalidantes (artritis reumatoide, artrosis avanzada) y la diabetes, entre otras, son ejemplos de enfermedades crónicas. Este tipo de patologías constituyen, además, según la OMS, la causa de más del 63% de las defunciones en el mundo.

Son muchas las variables que se ponen en juego para generar cronicidad. Entre ellas: alimentación inadecuada, estrés, exposición sistemática a sustancias nocivas (algunas evidentes como el tabaco y el alcohol. Otras no tanto, como los tóxicos presentes en detergentes, productos de limpieza, etc.), contaminación ambiental, consumo prolongado de medicamentos, sedentarismo, etc. Sin embargo, existe un común denominador que las amalgama a todas, y que tiene relación directa con el ritmo de vida acelerado de las sociedades modernas.

Aunque la predisposición genética a padecer cierto tipo de enfermedades es un hecho constatado, no podemos olvidar que la tendencia marcada por nuestros genes indica, tan solo, una mayor probabilidad de padecer un determinado problema de salud, pero nunca una certeza. La predisposición nos hace más vulnerables, más sensibles a alguno de los factores de riesgo, pero nada más. La probabilidad de que la genética sea una causa per se, sin que haya aspectos ambientales que activen al gen disparador es muy baja.

Hablando en términos generales, las enfermedades crónicas surgen como consecuencia de una disminución en la capacidad autocurativa del cuerpo. Un organismo a pleno rendimiento (que es muy distinto a uno acelerado y sobrecargado) no puede enfermar: en sí mismo dispone de los recursos necesarios para mantener en óptimas condiciones el conjunto de sistemas que lo constituyen.

La vida actual (en las grandes urbes, sobre todo) está llena de oportunidades para someter nuestro cuerpo a un sobreesfuerzo continuado, que acabe por dañar su capacidad de autorregulación. Como factores desencadenantes están, por un lado, los agentes externos (agresiones químicas, dieta inadecuada, contaminación…). Pero, por otro, no hay que olvidar la enorme relevancia que tienen otros factores, más personales, como causa origen del proceso de degradación orgánica que lleva a la enfermedad.

Agentes como el estrés, la frustración, el miedo, la insatisfacción permanente, la preocupación obsesiva, el victimismo o la baja autoestima, entre otros son vampiros energéticos que acaban por minar la capacidad de autodefensa del organismo. Cuando este tipo de influencias (de orden psicológico-emocional) cristalizan en conductas persistentes, acaban por somatizar y ocasionar trastornos que, con el tiempo, cronifican.

La relación entre cuerpo y mente, y sus efectos sobre la salud, es algo que ya está fuera de toda duda. Recientes investigaciones en el campo de la PNIE (psico-neuro-inmuno-endocrinología), una ciencia médica integrativa que nació allá por los años 70, muestran la más que notable interacción entre psiquismo y biología. Siendo así, que los hábitos mentales, los pensamientos, las emociones y la particular manera de interpretar y vivir los acontecimientos, generan en cada persona, una particular respuesta hormonal que  se transmite por todo el cuerpo, llegando a cada una de las células de nuestro ser. ¿Cómo no va a ser posible, entonces, que los estados de ánimo y la manera de vivir e interpretar los acontecimientos condicionen nuestro estado de salud?

La causa primaria (el disparador) de muchas enfermedades crónicas está muy relacionada con factores psicológico-emocionales de la persona: cómo vive, como piensa, cómo siente, que le preocupa, que teme, etc.

Consideremos, por ejemplo, alguien abrumado por las preocupaciones y con un ritmo de vida acelerado (un habitante típico de una gran ciudad). Es muy probable que este individuo se alimente mal (comida rápida, a deshoras, sin tiempo…) y duerma, también, mal (puede utilizar medicación para conciliar el sueño). Posiblemente tenga una vida sedentaria y poco tiempo para disfrutar de un ocio creativo que compense todo este caos. En estas circunstancias, el escenario para la aparición de un problema de salud está servido. Si no se le pone remedio, y se silencia, además, la sintomatología con medicamentos, manteniendo el modo de vida insano, no es de extrañar que termine por emerger una enfermedad o varias. El dónde y el cómo se manifieste va a depender de muchas variables (predisposición genética, otras enfermedades previas, mayor o menor incidencia de cada factor dañino, etc.).

En cualquier caso, no sería sorprendente que esta persona, acuciada por el estrés y los problemas, acabe por padecer, con el tiempo, un trastorno crónico. Antes de que este se manifieste, él o ella pasará por episodios agudos, repetitivos, recidivas de procesos previos, e incluso es posible que la zona afectada varíe en el tiempo. Pero, finalmente, al no poner remedio a un estilo de vida que ha sobrecargado su organismo, y conseguido que sus órganos y sistemas trabajen de manera ineficiente, su biología colapsará en una o varias patologías de tipo crónico.

La solución, difícilmente (por no decir nunca), la va a aportar el habitual tratamiento paliativo, ya que este solo puede aspirar a aliviar la sintomatología. Por otro lado, el uso de medicación va a contribuir a deteriorar más el estado general (acidosis, sobrecarga hepática, etc.), a medida que el organismo se vea obligado a lidiar con los inevitables «efectos secundarios» de los medicamentos. Y aunque no cabe duda de que el alivio de los síntomas limitantes, especialmente el dolor, constituye una necesidad (fundamental tratarlo), exige, como contrapartida, pagar el tributo de los efectos colaterales. Es por ello que un trabajo dirigido a investigar e identificar las auténticas causas origen (algo que apenas se tiene en cuenta) va a ayudar en mucho a paliar el problema de salud y a precisar, por tanto, menos medicación.

Tras todo problema crónico, se esconde un componente base que tiene que ver con el planteamiento vital de la persona (creencias, emotividad, pensamiento, actitud ante el mundo, etc.). Y es en la acción curativa sobre este componente donde está la clave para iniciar el camino de la recuperación. No quiere decirse que el trabajo sobre los aspectos secundarios no sea importante (que lo es). Obviamente, puede resultar necesario mejorar la dieta, el descanso y/o el entorno vital, pero teniendo presente que, si no se modifica el factor que está detrás del escenario, todo lo que podrá hacerse será paliar, pero no curar.

Existen muchos casos documentados de gentes, desahuciadas por la ciencia médica, que han experimentado una curación milagrosa. Término equívoco que no refleja la realidad, y que realmente deberíamos denominar, más bien, «curación inexplicable». Revisando las biografías de estas personas, se puede concluir que, tras cada una de estas vidas hay una historia de superación. Es común en todas ellas una actitud de profunda transformación. La persona se sobrepone a su destino e inicia un cambio de mentalidad que se va poniendo de manifiesto a lo largo de su proceso de sanación. Al mismo tiempo, trabajan, también, los aspectos secundarios (dieta, ejercicio, terapias naturales, introspección…). El resultado final es un ser que sale fortalecido de la experiencia y con una nueva vida.

La enfermedad ha servido, en estos casos como aliado. Un acicate para iniciar un proceso de investigación personal que lleve a poner al descubierto las auténticas causas que han generado la patología. Causas que casi siempre van a tener que ver con la manera en que la persona mira y siente el mundo. Es por ello que la auténtica salud tiene mucho más que ver con mantener hábitos saludables dentro de nuestro universo mental que con cualquier otro aspecto que podamos considerar.

 

 

 

 

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