Una de las mayores lacras de finales del siglo XX y de lo que llevamos del XXI es el llamado trastorno de ansiedad (más de 300 millones de afectados, según datos de la OMS en 2019) y de su hermana gemela, la depresión (otros tantos millones, aumentando exponencialmente).
¿Quién no ha sentido, alguna vez, esa intranquilidad continua, ese runrún que te corroe durante todo el día (o días), impidiéndote dormir con regularidad? ¿Y quién no ha sido presa de ese círculo vicioso de pensamientos temibles y repetitivos que te rondan durante días, o incluso semanas, vaticinando un futuro apocalíptico que casi nunca se manifiesta?
Resulta fácil que este tipo de escenarios mentales, cuando se repiten con frecuencia, terminen por generar un estado de ansiedad con tendencia a cronificar. El mantenimiento de altos niveles de angustia, ocasionados por la persistencia de preocupaciones, miedos, inseguridades, etc., hace que el cuerpo presuponga la existencia de un peligro real, poniendo en funcionamiento sus mecanismos de alerta y disparando el arsenal de supervivencia: sobreexcitación del SNA simpático, altos niveles de adrenalina, dosis extra de cortisol… Cuando este batiburrillo hormonal se pone en marcha con frecuencia, facilita que los medios de control naturales, de los que el cuerpo dispone, se vean desbordados. Como consecuencia, la energía nerviosa termina por manifestarse en forma de ataques de pánico (miedo intenso, sudoración, palpitaciones…). De aquí a la somatización y a la aparición de disfunciones orgánicas solo hay un paso.
El sistema endocrino-vegetativo es el responsable directo de las molestas sensaciones que percibimos cuando vivimos con altos niveles de distress (estrés negativo y dañino, al que solemos llamar estrés, a secas). Sin embargo, la causa última de estos estados de alteración nerviosa hay que buscarla en los pensamientos y emociones disfuncionales que llevan aparejados, actuando en la sombra y gestionando el guion.
La mente no distingue entre lo que es amenaza real (un coche que está a punto de atropellarme) e imaginaria (miedo a que mi avión se estrelle). Para ella todos los pensamientos son igual de relevantes. Lo mental no tiene en cuenta la procedencia de su contenido (del exterior, a través de los sentidos, o del interior, por medio de la imaginación). Esta es la razón de que nos asustemos con sueños inquietantes o vivamos experiencias virtuales como si fuesen reales.
Si yo creo que tengo un cáncer (a pesar de que no exista dato diagnóstico que lo avale) y es este un pensamiento recurrente, terminaré por convertir esta hipótesis infundada en un hecho real, haciendo que lo viva como tal. Es poco probable que esta vivencia angustiosa acabe por provocar el cáncer que tanto temo, pero sí que será mucho más probable que el estrés físico y emocional al que estoy sometiendo a mi cuerpo desemboque en la aparición de alguna disfunción biológica. Este es el mecanismo de generación de muchas enfermedades.
¿Y por qué no llamamos a esto, sencillamente, MIEDO?: miedo a morir, a perder mis bienes, a quedarme sin trabajo, a fracasar… Y es que, a poco que escarbemos, tras cada trastorno de ansiedad, encontraremos algún miedo. Y lo mismo sucede cuando hablamos de depresión, aunque en este caso, los orígenes están más escondidos: miedo a la soledad, a no ser capaz, a ponerse en evidencia, etc.
La sociedad moderna está enferma de ansiedad porque está enferma de miedo. La complejidad del entramado social que hemos creado entre todos (en especial, en los núcleos superpoblados) ha propiciado que el ser humano pierda la sensación de control sobre su vida. Bienes de supervivencia esencial, como el alimento o la vivienda, ya no dependen de uno mismo sino de multitud de factores asociados al entorno. Además, su mantenimiento se ha hecho tremendamente complejo (acceso al trabajo, disponibilidad económica, impuestos, burocracia…). Todo esto genera un alto nivel de inseguridad. Si añadimos al caldero, la sobreestimulación que se respira en las sociedades industriales, con un culto desmesurado al consumo incremental de cualquier cosa (información, entretenimiento, bienes…), el escenario perfecto para el caos mental está servido. El estrés (distress) aparece en escena, y lo hace para quedarse, aunque apenas nos demos cuenta de cómo se va haciendo con el poder; sumidos, como estamos, en una borrachera de información sensorial que nos impide ser conscientes de lo que está pasando. Sin embargo, los efectos están ahí: adicciones cada vez más frecuentes (en cantidad y variedad), síndromes de falta de atención, depresión y ansiedad crecientes en las capas más jóvenes de población, decremento de las relaciones personales en favor de las virtuales, etc.
Miedo y desconfianza son madre e hijo. La desconfianza, madre; el miedo, hijo. Desconfío que pueda aprobar y tengo miedo a suspender. Desconfío de que consiga trabajo y tengo miedo a no poder alimentar a mi familia. Desconfío de la seguridad que ofrece mi avión y su tripulación y tengo miedo a estrellarme. Primero, el pensamiento de desconfianza; luego se instala el miedo en el sistema límbico cerebral.
Por ello, si queremos evitar la molesta sensación de ansiedad en nuestras vidas, que resulta invalidante cuando se cronifica, comencemos por trabajar la CONFIANZA: en la Vida, en el futuro, en nosotros mismos, en los demás. Puede llegar a parecernos mágica la transformación que se opera en nosotros y nuestro entorno cuando decidimos dejar atrás la suspicacia, la aprensión y el recelo. Esta es la magia de la CONFIANZA.
Estudié ingeniería electrónica y de sistemas, profesión que compaginé desde siempre con la escritura y la música. En un cierto momento de mi vida llamaron a mi puerta las terapias naturales y el coaching, a raíz de duras experiencias personales y familiares. Me formé en Acupuntura, Fitoterapia, EFT, Reiki y otras técnicas de curación natural, culminando mi formación con estudios universitarios en Terapias Naturales. Durante años compaginé la ingeniería con mi consulta de naturopatía y coaching de vida, además de impartir cursos sobre diversas técnicas naturales de curación. Actualmente, escribo relato y ensayo, y artículos en mi blog (https://viviresunregalo.com/) y en algunas plataformas blogueras como invitado. Y sigo compartiendo mi pasión por escribir con la Producción Musical, la Naturoterapia y el Coaching